domingo, 10 de octubre de 2021

MAESTRO, ¿QUÉ HARÉ PARA HEREDAR LA VIDA ETERNA?

La Palabra de Dios en este domingo nos anuncia que es necesario dotar a nuestra vida de contenidos sólidos, si queremos que ésta no se diluya. Que es preciso establecer una valoración jerarquizada de los motivos del vivir, si no queremos una existencia tergiversada, desorientada. Que al hombre no le queda otra alternativa de salvación si no es la progresiva liberación de la confianza ciega en el poder salvador del dinero. Que es necesaria la Sabiduría de Dios para distinguir, entre tanta bisutería, el auténtico tesoro.

El afán de tener más, para ser más y consumir más ha exigido -y exige- un alto precio en moneda humana. Muchos ascensos se consiguen con desplazamientos injustos e, incluso, pisando peldaños humanos. Muchas ganancias están amasadas con derechos hipotecados.

Jesús hoy irrumpe en nuestras vidas para decirnos que el camino de la salvación va en otra dirección; que los planteamientos a que tenemos sometida la existencia son planteamientos de muerte, sin salida, sin futuro...Y no podemos acallar ni atenuar la radicalidad de sus palabras: "¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!"

Pero tampoco las utilicemos como argumento de condenación: son palabras orientadas a crear esperanza, aunque no falsas ni cómodas esperanzas; son palabra de salvación, porque "Dios lo puede todo". Hasta cambiar el corazón de los ricos...

Es fácil contemplar la mota en el ojo del otro; considerarse, por esta vez, libre de pecado. ¿Quien se considera hoy rico? Muy pocos. Pero ser rico no es solo poseer cosas sino poseerse, o ser poseído por las cosas; y la salvación la encontramos en la medida en que compartimos no solo lo que tenemos sino lo que somos; en la medida en que el dar nos proporcione más alegría que el recibir; en la medida en que nos situemos ante el Señor con la pregunta del personaje del evangelio: “¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”

"Una cosa te falta..." respondió Jesús. Invitándole a ir más allá de la observancia de los mandamientos, le invita, le urge, a adentrarse en el ámbito de la comunión interhumana, a liberarse de las redes que paralizaban sus movimientos..., para seguirle.

Esa advertencia de Jesús -“Una cosa te falta”- debería conducirnos a la pregunta por el ¿qué nos sobra?; porque muchas veces es la saturación la que nos impide percibir las carencias más importantes de la vida.

¿Qué nos sobra? ¿Miedo? ¿Insensibilidad? ¿Superficialidad? ¿Egoísmo? ¿Soberbia? ¿Rutina?... Es necesario revisar el ropero vital y ver qué cuelga de nuestras perchas. Ya san Pablo invitaba a los Colosenses y a los Efesios a hacer esa revisión, para deshacerse de lo que sobra y quedarse con o esencial con “lo bueno” (1 Tes 5,1). Caminamos saturados de cosas accesorias, olvidando la “carga ligera” (Mt 11,30) de Jesús.

“Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura” (Mt 6, 33); “¿De qué le sirve a uno ganar el mundo, si se pierde o se arruina a sí mismo?” (Lc 9,25); “No estéis agobiados…” (Mt 6,25). “Solo una cosa es necesaria” (Lc 10,42). “Quien a Dios tiene nada le falta; solo Dios basta” (Sta. Teresa).

También nosotros podemos, quizá, reconocernos en ese personaje, con una vida honesta, pero no radical. Como a él, puede que solo nos falte, o nos sobre, una cosa para amar a Dios sobre todas las cosas; pero es esa precisamente, la que nos distancia y entristece.

Ante la radicalidad de las exigencias de Jesús, los discípulos, nos dice el evangelio, se extrañaron mucho. Nosotros seguimos tan tranquilos, quizá porque no las tomamos en serio. Pero Dios habla siempre en serio. No podemos banalizar su palabra. Jesús es portador de preguntas y propuestas esenciales y liberadoras.

Domingo Montero, capuchino

REFLEXIÓN PERSONAL

  • ¿Qué me falta? ¿Qué me sobra?
  • ¿Cuáles son mis preguntas en la vida?
  • ¿Discierno desde la palabra de Dios, o prevalecen otros criterios?

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