Francisco no hacía la guerra dialéctica imponiendo doctrinas, sino que comunicaba el amor de Dios. Había entendido que «Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios» (1 Jn 4,16). De ese modo fue un padre fecundo que despertó el sueño de una sociedad fraterna, porque sólo el hombre que acepta acercarse a otros seres en su movimiento propio, no para retenerlos en el suyo, sino para ayudarles a ser más ellos mismos, se hace realmente padre. En aquel mundo plagado de torreones de vigilancia y de murallas protectoras, las ciudades vivían guerras sangrientas entre familias poderosas, al mismo tiempo que crecían las zonas miserables de las periferias excluidas. Allí Francisco acogió la verdadera paz en su interior, se liberó de todo deseo de dominio sobre los demás, se hizo uno de los últimos y buscó vivir en armonía con todos. Él ha motivado estas páginas. (Papa Francisco)
Dios es solo amor es lo que Francisco descubrió y quiso legar a la familia franciscana. Un amor sin matiz, sin límites impuestos por nuestra mentalidad humana. Un amor que, como decía el Hno Roger de Taizé, se hace visible en comunidades buenas de corazón y de vida simple. Apóstoles del Dios bueno y del amor a la vida, algo de esto habríamos de ser los seguidores de Francisco.
Despertar el sueño de una sociedad fraterna porque es un sueño que, a veces,
se esconde, se esfuma, se ignora, se desoye. Los seguidores de Francisco
habríamos de ser defensores de la posibilidad de una sociedad fraterna por
encima de traiciones, heridas, desastres, por encima de cualquier inhumanidad.
Creer que, a pesar de todo, podemos los humanos vivir como hermanos. Y eso se
demuestra viviendo en nuestras comunidades un nivel de vida relacional bueno.
Si nuestra relación es deficiente, hablar de fraternidad es hablar de música
celestial.
Liberarse del deseo de dominio. Algo que llevamos
inscrito en el genoma, en la última fibra de nuestro interior. Querer medrar a
costal otro. Robar al otro el corazón, las opiniones, las maneras de ver las
cosas, para dominarle, para hcaerlo nuestro. Camino errado que lleva a la
destrucción del hermano y a la propia. Es preciso liberarse de ese veneno del
dominio dejando que el otro sea lo que deba ser, caminando a su lado en
respeto y colaboración, no aprovechándose jamás de sus debilidades.
Vivir en armonía. Lograr vivir en quietud, en interioridad, en el
mayor sosiego posible, en el disfrute de lo pequeño, en vida compartida con
todos y con todo. No se trata de vivir en la indiferencia y en el pasotismo.
Es cuestión de ir integrando con paz nuestros valores y límites llegando a
entender que la vida es un dos de amor. No es una manera tonta de vivir sino
un modo de vida que cada día se profundiza y degusta.
Fidel Aizpurúa, capuchino
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