Francisco inspira no por su sabiduría grande o por su ciencia eximia, sino por su amor fraterno, su sencillez y su alegría. Son los caminos de la mística franciscana. Otros grupos eclesiales tienen otros caminos. Los nuestros son esos: al alcance de todos, generadores de vida simple, siembra de bondad en el corazón. Una alegría que “nadie puede arrebatar” (Jn 16,22), más allá de las lágrimas e incluso aunque haya lágrimas. Al Papa le ha inspirado y a muchos de nosotros nos sigue inspirando sentido y gozo por la vida, fraternidad desde nuestras pobrezas evidentes.
Es hermosa la familiaridad que tiene Francisco con las criaturas. Pero es conmovedora la que tiene con las personas, sobre todo aquellas que sufren, aquellas que, por su pobreza, son como Jesucristo pobre. “Hablar mal de los pobres es hablar mal de Jesucristo”, decía. Uno que se conmueve y que se mueve por el otro, ese es Francisco.
Decía a sus frailes que “debían gozarse cuando conviven con personas de baja condición y despreciadas, con pobres y débiles y enfermos y leprosos y los mendigos de los caminos” (1 Regla 9,2). Gozarse, estar contentos con ellos, disfrutar con sus disfrutes y compartir sus lágrimas y anhelos.
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