Cuando en la fraternidad, en la pareja, en la familia se dan los silencios, entra la sospecha de que algo no va bien. Esas comidas donde no hay conversación, donde no hay nada que decirse, que comunicarse, dejan una impresión de vacío, de frialdad. Aunque haya alguien que intenta generar un ambiente algo más distendido comentando alguna cosa de la actualidad o recordando algo del pasado y nadie le sigue la conversación y vuelve a imponerse el silencio queda más patente el ambiente enrarecido o enfermo. Esa es la sensación, al menos. Estos silencios pueden señalar miedo, lejanía, rechazo…
También se dan situaciones donde la conversación es ágil y animada. Pero los temas siempre son de un nivel muy superficial o se habla siempre de terceras persona o de cuestiones que no implican en nada a los presentes. Si esto se da siempre y nunca asoman asuntos de tipo más personal, se van notando las dificultades de comunicación y de trato entre los miembros del grupo, de la pareja. Aunque el ambiente sea distendido queda muy a la vista que la relación es insustancial y no hay verdadera comunión. Se parece más a una palabrería hueca y deja patentes más las carencias de relación que sus riquezas.
También se dan silencios que denotan una profunda comunión. Son esas relaciones sostenidas, con historia vivida, donde hay conocimiento mutuo y no se siente la urgencia de que las palabras. En una relación continua en el tiempo seguro que habrá habido épocas dificultosas, pero estos silencios de ahora son tranquilos, sosegados, profundos; muestran comunión. Esos silencios son preciosos porque aportan mayor densidad a las palabras, aunque estas sean pocas. Esos silencios dan verdad a la relación porque denotan respeto, profundidad, intimidad. Es una riqueza.
La fraternidad, la familia, la pareja, necesita palabras, y también silencios.
Carta de Asís, octubre 2021
No hay comentarios:
Publicar un comentario