martes, 19 de octubre de 2021

SUICIDIO SOCIAL

En varias ocasiones he hablado con amigos que tenían hijos adolescentes y estaban muy preocupados por su adicción a los móviles, porque tonteaban con alguna droga o por tener su principal horizonte vital en el dinero. Yo les intento transmitir que los jóvenes solo reflejan los valores que los adultos potenciamos; que los chavales lo tienen muy difícil a la hora de vivir actitudes diferentes a las de los anuncios o a las de los ‘influencers’.

A esto se añaden algunos mensajes de los políticos que los asumimos acríticamente como positivos. Por ejemplo, cuando defienden que hay que potenciar el consumo o el crecimiento ilimitado. Soy consciente que el consumo nos asegura trabajo, absolutamente necesario para que las personas vivan con un poco de dignidad. Pero sin darnos cuenta todos estamos aceptando un imperativo de comprar bienes o servicios que luego nos llevan a lugares que no queremos: superficialidad, cosificación de las relaciones, competitividad, frustración existencial, placer (también con drogas) como único modo de felicidad, etc. A esto se añade la brutal publicidad de las empresas que nos hipnotizan con sus productos. ¿Quién puede abstraerse de los millones de impactos seductores que recibimos? ¿Quién puede ser más fuerte que las campañas de marketing que nos invaden y que invierten millones de euros?

Es decir, cada uno de nosotros, las autoridades y las empresas estamos promocionando una forma de vida y de consumo; y cuando nuestros adolescentes se lo toman en serio nos quejamos. Les empujamos a un lugar y luego nos arrepentimos. Es una especie de suicidio social. Promocionar –con inversiones millonarias y con discursos muy razonables- lo que comprobamos que nos hace muchísimo daño.

Todos los días nos dicen en los medios de comunicación que hay que promocionar la educación de ciertos valores en la escuela y en las familias. Y nadie dice nada de cómo están educándonos los mensajes publicitarios, más allá de ser políticamente correctos en algunos valores. Quizá esta sea una de las razones de la decadencia de nuestra cultura occidental.

¿Qué hacer? Primero saber cuáles son nuestras prioridades. Jesús lo decía: “Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6, 33). Y no lo decía como una mera reflexión piadosa. En su relato, justo antes, las preguntas que están en el aire son: “¿qué comeremos?, ¿qué beberemos?, ¿con qué nos vestiremos?” (Mt 6, 32). Es decir, como sociedad tendríamos que tener claro lo que es irrenunciable: el tipo de relaciones que queremos potenciar, los valores que necesitamos que estén presentes, la educación que buscamos, etc. Y desde allí ver qué modelos de consumo, qué estilos de vida son coherentes con ellos.

¿Eso significaría dejar de consumir o que aumentara el paro? No, que haya más desempleo no es el camino. Por eso, como sociedad podríamos potenciar el “consumo” de los servicios que realmente son más congruentes con los valores que buscamos potenciar: por ejemplo la educación, la sanidad, las energías renovables, la ciencia, el cuidado de las personas, la justicia, la cultura. Si llegásemos a un acuerdo de que estos u otros valores y servicios son los que queremos que estén presentes en la sociedad, el estado podría generar políticas de apoyo e inversión en estos sectores de modo que nosotros potenciemos lo que realmente nos interesa desarrollar. Y las empresas también podrían publicitarlas porque serían las más rentables. Si no, caemos en una esquizofrenia social.

Javi Morala, capuchino

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