Sin embargo en el evangelio del domingo (Jn 20, 19-31) los amigos de Jesús le reconocieron cuando “les mostró las manos y el costado”. En las heridas reconocieron al crucificado, al que había vivido con ellos y con el que habían compartido tantas vivencias. Es decir lo reconocieron cuando sintieron que la experiencia de Jesús que estaban teniendo en ese momento tenía que ver con las experiencias sensibles que tuvieron con Él por los caminos de la vida. Así María Magdalena le reconoce cuando de nuevo Jesús dice su nombre; Juan se da cuenta que es Él cuando estaban pescando como tantas veces hicieron en el pasado; y los de Emaús le identifican cuando vuelve a partir el pan con ellos.
Aquí surge un problema: entonces nosotros, habitantes del siglo XXI, ¿cómo podemos saber que es Él, si no hemos tenido esas experiencias sensibles durante su vida por Palestina? Tenemos que provocar otro tipo de encuentros con el nazareno, y podemos hacerlo con los evangelios, donde se nos relata con hondura su vida. Y así comparar los acontecimientos del presente con lo que el Nuevo Testamento nos dice de Jesús, para ver si encontramos sintonías, resonancias. En estos relatos leemos que sanaba a los enfermos, que liberaba de malos espíritus, que perdonaba las faltas, que no caía en la tentación del mal, que se compadecía entrañablemente, que le indignaba la injusticia, que le preocupaban especialmente los que sufrían, que tenía una intimidad intensa con el Padre, que aprendía de los lirios y las aves del cielo, que lavaba los pies de sus discípulos, que partía el pan, que entregó su vida por los demás, que amó hasta el extremo.
Por eso cuando hoy nos encontramos con alguna de estas vivencias, no es difícil que Jesús esté por ahí circulando. De esta forma los médicos, enfermeras, auxiliares y todos los trabajadores de hospitales y residencias, con su entrega, pueden estar haciendo presente, de una manera misteriosa pero real, a Jesús de Nazaret. Y lo mismo los que permanecen cerca del dolor, tantos que están al servicio de los demás, todos los que entregan su vida, muchos que se compadecen aunque no puedan hacer más, los que comparten su pan y su tiempo, los que se resisten a los malos espíritus que siguen surcando nuestras tierras, o los que trabajan por la justicia. En estas personas y actitudes cotidianas es donde nos dice Jesús que se hace presente: “que vayan a Galilea, donde me verán”.
Este tiempo de Pascua y de aislamiento es una oportunidad única para encontrarnos con Jesús resucitado: el ausente y el presente, el sencillo y el infinito, el cercano y el que no se deja atrapar, el que se te ofrece y el huidizo. Ahondemos en este tiempo que nos toca vivir para descubrir al mismísimo Dios paseando por las calles, los hospitales, los supermercados, los hogares, los cementerios, las residencias de ancianos; sentándose en la mesa a la hora de la comida y del teletrabajo; circulando con los repartidores, los basureros y tantos conductores; o acompañando a los parados, a los autónomos, a los empresarios y a los trabajadores anónimos.
Javi Morala, capuchino
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