Podemos pensar que solamente un haz fuerte de luz puede ser interesante, que si hemos de convertirnos tenemos que ver un relámpago potente que, como a san Pablo, nos tire del caballo. Pero resulta que tenemos, delante de las narices, humildes haces de luz que nos pueden iluminar de manera gozosa y profunda: los colores y formas en la naturaleza, la sonrisa que es luz de vida para el alma, el brillo de los ojos que es lenguaje del amor evidente, el gesto de amabilidad que habla de sentimientos hermosos, la pequeña ayuda y la colaboración que es el lenguaje de la fraternidad... Y al final de todo, piensa que todos estos haces de luz se pueden unir al gran haz de luz que es la resurrección de Jesús.
El papa Francisco lo dice con estas palabras: "La luz que nos ofrece Jesús no es una luz que se impone, es humilde. Es una luz apacible, con la fuerza de la mansedumbre; es una luz que habla al corazón y es también una luz que ofrece la cruz. Si nosotros, en nuestra luz interior, somos hombres mansos, oímos la voz de Jesús en el corazón y contemplamos sin miedo la cruz en la luz de Jesús. Pero si, al contrario, nos dejamos deslumbrar por una luz que nos hace sentir seguros, orgullosos y nos lleva a mirar a los demás desde arriba, a desdeñarles con soberbia, ciertamente no nos hallamos en presencia de la «luz de Jesús»."
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