domingo, 5 de abril de 2020

EXIGENCIAS DEL AMOR

San Cirilo de Alejandría (378-44) decía: “El Hijo de Dios ha muerto como solo un Dios puede morir: dando vida”. A eso vino Jesús: a vivir y dar vida. Lo que nos salva no es el dolor y la muerte, sino el amor del crucificado, solidario con la causa humana hasta morir en el empeño.

Ni el Padre ni Jesús son unos masoquistas ávidos de sangre. Hubiesen preferido que las cosas fuesen de otra manera, que el sueño de Dios, un mundo justo y fraterno, se implantase sin violencia y sin una muerte ignominiosa. Pero los intereses insolidarios de los hombres no lo hicieron posible. Según el relato evangélico, Pilato sabía que se lo habían entregado por envidia. Optar por la justicia y el amor, en medio de un mundo que se conduce por otros criterios, es arriesgar la vida. De Jesús se dijo de todo: que era un blasfemo, que estaba poseído por el demonio y actuaba a su servicio, que era un comilón, borracho o amigo de mala gente, que era un falso profeta, un subversivo. Su mensaje apasionado en favor los últimos de la sociedad y su visión humanizadora de la religión resultaban incómodos y provocadores.

El teólogo alemán Jürgen Moltmann, nacido en 1926, dice: “Yo veo a Dios como el Padre de Jesús, que tiene que asistir a la muerte de su hijo desconsolado y lleno de dolor como cualquier padre terreno. Dice la Biblia que la tierra tembló, que el velo del templo se rasgó. Son los signos del dolor de Dios, cuya creación, la tierra, es una parte de sí mismo: La tierra, su cuerpo, que expresa su dolor”.

Dios no es un ser estático e impasible. Jesús nos revela un “Dios con entrañas, un Dios que es pura entraña apasionada y compasiva, absoluta ternura y proximidad. Y, en su cruz, nos revela a un Dios que se hace solidario hasta el fin de la suerte de los crucificados” (F. Javier Sáez de Maturana).

No se debe buscar ni exaltar el sufrimiento, Pero es vital estar capacitado para luchar por causas nobles y afrontar los esfuerzos y sacrificios que requiere esa lucha.. El psiquiatra Enrique Rojas, en su libro “Una teoría de la felicidad”, afirma que “el problema de la vida es el problema del sufrimiento”.

No se trata de añadir arbitrariamente sufrimientos innecesarios sino de no dejarse abatir por los sufrimientos y frustraciones inherentes al esfuerzo por una vida con sentido, que incluye “una vida para los demás”, como la de Jesús.

En educación hay dos extremos: una educación demasiado permisiva y una educación demasiado constrictiva plagada de prohibiciones. El no saber decir nunca “no” puede producir inseguridad y también agresividad a la menor contrariedad. En el otro extremo, una educación que sofoque toda iniciativa o toda expansión puede llevar a la inhibición crónica o, en momentos culminantes, a una agresividad desbordada. El educador tiene la difícil tarea de, por una parte, no evitar las frustraciones con actitudes blandengues y, por otra, ayudar a afrontar esas frustraciones con comprensión y cariño.

Iñaki Otano

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