jueves, 26 de marzo de 2020

¿QUÉ DICEN LOS EVANGELIOS SOBRE DIOS?

Podría uno pensar que dicen muchas cosas sobre Dios. Pero, en realidad, los evangelios son sobre Jesús y lo que dicen de Dios es, de alguna manera, secundario: dicen, más bien, lo que Jesús nos dice sobre Dios. Porque el Dios del que hablan los evangelios no es cualquier Dios, sino el Dios de Jesús. No debe despistarnos el que salga muchas veces la palabra Dios.

  • El Dios de Jesús es, en primer lugar, Dios de todos. Esto es una novedad, porque el judaísmo creía que Dios era Dios de ellos y no de los paganos. Jesús cree que nadie queda en el desamparo de Dios porque sobre todos hace salir su sol y caer su lluvia, más allá de su catadura moral (Mt 5,45).
  • El Dios de Jesús es un padre extraño que no es justo al modo de la justicia humana, sino que lo es con el perdón y la acogida (Lc 15,11-32). Por eso, no se cansa nunca de esperar y no retira el amor por más que se le ofenda. Casi se puede decir que no perdona porque, simplemente, ama y el amor siempre incluye el perdón. De ahí que creerse más ante Dios, por cualquier motivo que se aduzca, es una necedad (Lc 18,9-14).
  • El Dios de Jesús es parcial y se sitúa en un lado, en el de los frágiles (Lc 16,19-31). Si se quiere conectar con él hay que animarse a pasarse a la orilla de los frágiles sociales (Lc 19,1-10). Dios es Dios de todos pero no de la misma manera: a los pobres les anima a trabajar por el logro de la justicia, al poderoso a pasarse al lado de la justicia abandonando los caminos injustos del poder.
  • El Dios de Jesús no funciona con los criterios humanos del poder y de la apariencia, sino que ve en lo secreto (Mt 6,6). Por eso mismo, es un Dios de verdad personal y real, no un personaje de fachada religiosa.

Texto: Mt 20,1-16

«El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido. Ellos fueron. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? Le respondieron: Nadie nos ha contratado. Él les dijo: Id también vosotros a mi viña. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. Él replicó a uno de ellos: Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy generoso? Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos».

  • Una de las cosas que más despista a la persona religiosa es que Dios sea generoso. Quiere que sea justo: si yo he cumplido, si he trabajado, si he sido buen cristiano que se me pague lo que se me debe. Dios pasa a ser un deudor de la persona religiosa. De tal manera que si paga a todos por igual, si se salvan todos, no tiene sentido el esfuerzo que supone la vida cristiana.
  • Alegrarse de la generosidad de Dios es algo que le cuesta mucho a la persona religiosa. Le causa una cierta contrariedad que Dios sea generoso. Y que lo sea con quien, a su juicio, no se lo merece, más todavía. ¿Cómo nos hubiera ido si nos hubieran inoculado la certeza de un Dios generoso?
  • Y es que cuesta entender que los últimos sean primeros y viceversa, o sea que, ante Dios, todos estamos en la línea de salida. No se puede aducir méritos para que a uno se le pague mejor que a otros. ¿Entonces, para qué el esfuerzo de la vida cristiana? Para comprender y celebrar la hermosura de un Dios generoso y sobre todo con quien lo merece menos. Eso habría de alegrarnos porque, quién más quién menos, todos estamos pendientes de la generosidad de Dios.

Aplicación:
  • ¿Es importante mejorar la idea de Dios o nos hemos de quedar con lo que nos enseñó el catecismo? Una idea muy metida es que Dios premia a los buenos y castiga a los males (la retribución de Dios). Quizá nos vendría mejor pensar que Dios ama a buenos y malos, a ambos los rodea de generosidad: al bueno para animarle en el camino de la justicia yal malo para hacerle ver que tiene que situarse en el camino del bien.
  • A Dios le alegra nuestra justicia y le duele nuestra injusticia, pero él tiene “mecanismos de envolvimiento” de lo que se somos y hacemos para saber envolver todo eso con amor. Si el amor de Dios es menor que nuestra injusticia es que Dios está a merced de ella.
  • Esto habría de llevarnos a una especie de ecumenismo vital sin creernos mejores que nadie porque seamos creyentes ni, incluso, porque seamos justos. Si lo somos, sigamos caminando por la senda de la justicia; si no lo somos, cosa frecuente, creamos que el amor de Dios nos sigue empujando al bien.
  • Dios no se “casa” con nadie porque se casa con todos; Dios no menosprecia a nadie porque aprecia a todos; Dios no condena a nadie porque salva a todos.
Fidel Aizpurúa, capuchino

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