sábado, 14 de marzo de 2020

DAME DE BEBER

Es Jesús mismo quien siente sed y pide agua a la samaritana. Resulta algo inusitado. Se para a hablar con una mujer, lo que estaba prohibido para los judíos. Es una mujer pecadora, fulminada por la gente, especialmente por la que se consideraba de más clase que la gente vulgar. Para remate, era una samaritana, cuando los judíos y los samaritanos no se podían ni ver.

Jesús desafía los prejuicios y tabúes de su tiempo, inicia el encuentro y le pide de beber. Ante aquella mujer, tan frágil y por eso mismo tan despreciada, Jesús no se presenta con prepotencia. Al contrario, es un Jesús fatigado, sediento, necesitado. Dios se muestra frágil y sediento en Jesús.

Jesús se fatigó como nosotros. Aprendo así que el cansancio es humano, que es bueno y necesario sentarse a descansar: que tiene que haber momentos gratificantes a lo largo de la jornada; que hay que agradecer la tertulia y el café, y la buena película y el partido o juego relajante; y las vacaciones en calidad; el sueño, siempre reparador.

Jesús no se limitó a sentir la fatiga humana, sino que acoge y alivia a los hombres y mujeres fatigados. Por eso invita: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré” (Mt 11,28). Venid a mí y descargad sobre mis hombros y mis espaldas vuestro peso, vuestro agobio, vuestra debilidad, vuestra preocupación. Descargad sobre mí todo lo que os cansa y os deprime. Yo seré vuestra fuerza y consuelo, vuestra esperanza y alegría.

La sed de Dios se encuentra con la sed de la mujer, con nuestra sed. El que pide de beber está listo para ofrecer un agua nueva y eterna que regenera y transforma la vida.

La actitud y las palabras de aquel hombre cautivan a la samaritana. Esta mujer lleva en su corazón una historia de relaciones heridas. Jesús se va revelando al ritmo de las inquietudes que descubre en la mujer. El misterioso maestro no la condena, sino que le habla con palabras nuevas que llegan hasta su corazón sediento de relaciones intensas.

La mujer, tras el encuentro, anuncia a un “Mesías” que conoce sin condenar y que orienta la sed hacia las aguas que saltan hasta la Vida eterna,

La samaritana será un símbolo del hombre que no consigue apagar su sed. Todo hombre está herido de insatisfacción: Vamos de un pozo a otro, de un bar a otro, de un mercado a otro, buscando nuevos productos para calmar la sed que nos tortura, pero al final seguimos con más sed.

En la samaritana descubrimos sed de de felicidad, sed de amor – iba ya por el sexto hombre -, sed religiosa, sed del Mesías, sed de Dios.

Jesús ofrece a la samaritana el agua viva… Se necesita una cosa: ir a Jesús, creer en Él, pedirle de beber. Aceptar que Jesús es el Dios que te salva, que te ama, que está contigo. Aceptar su amor confiado y responder con amor confiado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario