Si desequilibramos la balanza solo a favor del platillo del trabajo y el esfuerzo, y no ponemos nada en el de la felicidad y la satisfacción, el resultado es una persona insatisfecha, siempre descontenta y quejosa.
Si, por el contrario, todo el peso lo ponemos en conseguir lo que nos satisface en este momento, rehuyendo el esfuerzo necesario para conseguir una meta, viene el vacío que lleva a la insatisfacción y a la infelicidad.
Esos dos platillos de la balanza aparecen en el evangelio. En la Transfiguración, escuchamos a Pedro decir entusiasmado: ¡Qué bien se está aquí! Esta transfiguración se produce después del anuncio de Jesús de su pasión y muerte. Les había dicho a sus discípulos que tomasen la cruz para seguirle pero también que esperasen su vuelta gloriosa.
Este episodio forma parte de la pedagogía de Jesús: mostrar que el sacrificio, el esfuerzo, el trabajo y las renuncias no son por nada sino para llegar a la vida, para poder llegar a decir: ¡Qué bien se está aquí! También el camino difícil de la cruz necesita de la esperanza, de la motivación que anima. Al educar, no solo hay que exigir sino también motivar positivamente.
Ver la vida solo desde el punto de vista del sufrimiento, sin espacio para la alegría, es recorrer el camino difícil sin meta; por tanto, caer en la amargura.
También existe el peligro contrario: Pedro se siente tan bien, gozando de la presencia de Jesús y de su conversación con Moisés y Elías, que quiere quedarse allí en lugar de volver a la lucha de cada día. Es uno de esos momentos que decimos que no tendrían que acabar nunca.
Pero Jesús llama a levantarse y continuar el esfuerzo de cada día sin temor. Se puede arruinar la propia vida, las relaciones conyugales y familiares, el trabajo y muchas cosas si solo se acepta lo que agrada y se rechaza lo que requiere trabajo, camino laborioso. Hay que conjugar el ¡Qué hermoso es estar aquí! con el Levantaos, no temáis.
Iñaki Otano
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