Un camino se puede recorrer de muchas maneras. Pero si queremos hacer que merezca la pena, antes de iniciarlo quizá tendríamos que pararnos a pensar si existe algo de lo que deberíamos desprendernos, si hay algo que deberíamos cambiar. Y todo cambio va precedido, generalmente, de un compromiso.
Cuando nos reunimos los grupos de Jufra en Zaragoza, para la celebración de la imposición de la ceniza el domingo pasado en la Parroquia de San Francisco de Asís, fuimos invitados precisamente a esto, a adquirir un compromiso que nos permitiera llegar a la Pascua siendo una versión más auténtica de nosotros; un compromiso que nos llama a quitarnos durante este tiempo las máscaras que utilizamos en nuestro día a día para protegernos o escondernos.
No pudo ser más simbólico. A nuestra llegada, se nos entregó una máscara que teníamos que ponernos para después escribir sobre ella qué nombre le dábamos cada uno: la de la alegría, para los que no quieren que les vean llorar; la de la educación, para los que disfrazan de corrección el miedo de expresar en voz alta su opinión; la del adicto al trabajo, incapaz de pedir ayuda y decir que no; la del “yo no fui”, para los que no quieren asumir las consecuencias de sus actos, etc.
Cuando se nos impuso la ceniza, hicimos esta promesa de quitarnos, a lo largo de estas semanas de transformación, nuestras máscaras. O al menos intentarlo, siendo conscientes de que aunque no se puedan ver, las llevamos puestas. Al final, tenemos que tener presente que, aunque a veces nuestra vida es una mentira que nos inventamos, como bien dice la canción de Dani Martín, que nos acompañó durante la celebración, todo depende de lo que uno decida salvar entre tanto ruido.
Lorena Horna
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