domingo, 29 de marzo de 2020

MUERTE Y VIDA

A la muerte de un ser querido, sobre todo cuando se produce en momentos o circunstancias inesperadas, puede invadirnos la sensación de que nuestras aspiraciones, el anhelo por la vida no va con los intereses de Dios. Como si lo que Dios quiere y lo que el hombre anhela fuesen por dos vías paralelas que nunca se encuentran.

Pero Dios ama la vida y llama a la vida. Jesús, ante el amigo muerto, sollozó y estaba muy conmovido. La muerte no le deja indiferente. Sus lágrimas por la muerte de Lázaro y por el sufrimiento de sus hermanas expresan su aflicción por el dolor de cada uno de nosotros y por el vacío que deja en nuestro corazón la muerte de una persona querida. Por eso, una oración en medio del sufrimiento puede ser: “Señor, yo sé que esto te duele como a mí o más que a mí; sé que Tú me acompañas y me apoyas, aunque estoy en la oscuridad y me siento en la desolación”.

Tu hermano resucitará, dice Jesús a Marta, y lo repite prácticamente a María. Realiza el gesto de resucitar a Lázaro, mostrando así que la promesa de la resurrección no es una promesa vana sino una realidad que debe empapar nuestra vida y llenarla de esperanza. Estamos llamados a la vida y, si confiamos, nuestra esperanza no se verá defraudada.

Pero la resurrección de Lázaro es solo un signo, no la realidad definitiva. Tiene un alcance limitado porque Lázaro seguirá teniendo enfermedades, contrariedades, sufrimientos, y terminará muriendo. Las obras “inmortales” – por su valor artístico, cultural, humano – están en constante riesgo de ruina, necesitan continuos cuidados, reparaciones, etc. para no ser destruidas por el tiempo. Los esfuerzos admirables de la humanidad por alargar la vida y por mejorar la calidad de vida no pueden impedir que, tarde o temprano, aparezca la muerte. No hay ninguna persona ni obra humana que dure siempre.

No hay realidad humana, por muy admirable que sea, como la resurrección de un muerto, que pueda expresar lo que es la resurrección definitiva y la superación de todo obstáculo a la felicidad.

Nosotros creemos en lo que dice Jesús cuando se dispone a resucitar visiblemente a su amigo Lázaro, pero como signo de una resurrección más radical y definitiva: Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre. También a nosotros se dirige la pregunta de Jesús. ¿Crees esto? Nuestra respuesta es clave para comprender la vida y no desesperar ante la muerte.

Mientras tanto, Jesús no tiene una actitud fría ante el dolor y la muerte. Con la resurrección de su amigo, nos está diciendo que quien cree en la vida eterna, en la resurrección definitiva, debe luchar también aquí a favor de la vida de los hombres y mujeres, intentar quitar todas las losas que les tienen sepultados en vida y desatar todas las vendas que les impiden andar dignamente. Quien cree de veras en la vida eterna favorecerá todo signo de vida y de amor.

Iñaki Otano

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