domingo, 1 de marzo de 2020

HACER EL BIEN

Las tentaciones de Jesús son las tentaciones de quien, al plantearse su misión en el mundo, corre el riesgo de hacerse trampa a sí mismo con argumentos aparentemente razonables pero realmente desviados.

La primera tentación es la de pretender usar a Dios en beneficio propio para eludir la tarea humana en el mundo, buscar atajos en el compromiso diario para zafarse del esfuerzo indispensable, pretender que Dios nos traiga el pan a la mesa sin ir nosotros a buscarlo. La respuesta de Jesús, que el hombre no vive sólo de pan, “equivale a decir que Dios no está con nosotros solo cuando se nos cambian las piedras en pan, sino también cuando no se nos cambian, cuando creemos estar sin él: porque se manifiesta precisamente en la llamada a que cambiemos en pan las piedras” (José Ignacio González Faus).

En la segunda tentación se trata de hacer un portento que convenza de primeras a los escépticos o a los incrédulos. Es también saltarse una condición de la misión humana, la del servicio humilde y escondido, que no busca el prestigio del éxito espectacular sino el bien de la persona. Durante su vida pública, Jesús se verá a menudo asaltado por esta tentación y la apartará mandando silencio después de algunas curaciones. En la cruz será incitado a bajar de la cruz para creer en él. Pero su misión, como la nuestra, no la lleva a cabo en acciones portentosas que le den prestigio sino que se somete al riesgo del olvido o de la irrelevancia al que están sometidas todas las misiones humanas, por muy elevadas que sean.

La tercera tentación es buscar influir eficazmente haciéndose con mucho poder. El evangelio no desautoriza cualquier poder. Lo que niega es que se tome el poder “en nombre de Dios”. Hay que recordar constantemente que el poder humano es interino y relativo, no definitivo ni absoluto. No hay que confundir el poder que uno se arroga con el poder de Dios.

Abundancia material, prestigio y poder son tres tentaciones que pueden desviar a la persona de lo primordial en su vida. Se presentan a menudo disfrazadas de bien razonable. La persona tiene que preguntarse por qué actúa de veras, qué valores le sustentan.

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